En el mundo de hoy, el poder y el eterno deseo de querer más nos rodean por todas partes, desde la política hasta nuestros trabajos diarios y hasta en las series que miramos. Pero, ¿alguna vez te has preguntado cómo afectan realmente a nuestro cerebro y conducta? Vamos a desmenuzar estos conceptos complejos en algo más fácil de digerir, explorando qué dicen los expertos y cómo podemos usar esta información para mejorar nuestras vidas y nuestra sociedad.
¿QUÉ PASA EN NUESTRO CEREBRO CUANDO TENEMOS PODER?
Imagina que te conviertes en el jefe en tu trabajo. De repente, sientes más seguridad y preparación para tomar decisiones importantes. Esto no es solo una sensación: tu cerebro realmente cambia. Investigadores como Roger Muñoz Navarro, de la Universitat de València, afirma, en Si es cierto que el poder corrompe, ¿qué efectos tiene en nuestro cerebro?, que, cuando las personas tienen poder, la testosterona aumenta, lo que nos hace sentir una mayor competitividad y enfoque hacia nuestros propios intereses. Pero ojo, esto también puede hacer que nos importen menos el resto de personas. Es como si el cerebro se pusiera unos lentes que solo nos permiten ver nuestras propias metas y objetivos.
EL ETERNO DESEO DE “QUERER MÁS”
Todos hemos sentido ese impulso de querer algo nuevo, ya sea un teléfono, ropa o incluso logros personales. Este deseo constante es parte de lo que nos hace humanos. Filósofos y científicos han pensado mucho sobre esto. Por ejemplo, Frédéric Lenoir, en su libro “Filosofía del Deseo”, nos lleva a través de un viaje sobre cómo nuestros deseos constantes por algo más, ya sea material o espiritual, rara vez nos llevan a la satisfacción duradera. Porque la trampa está en que, aunque consigamos lo que queremos, esa felicidad suele ser pasajera. Nos encontramos en un ciclo sin fin de querer más y más, sin sentir nunca una verdadera satisfacción.
A lo largo de la historia, la filosofía ha examinado con detalle los conceptos de deseo y poder y ha revelado una conexión profunda entre ambos. El deseo, ese impulso hacia algo que anhelamos, ya sea tangible como un objeto o intangible como la felicidad, se entrelaza con el poder, entendido como la capacidad para satisfacer esos deseos.
Desde Platón, que pensaba que nuestros deseos nos guían hacia la verdad y la belleza, hasta Aristóteles y Epicuro, que decían que debemos ser equilibrados y racionales para alcanzar una vida plena, siempre ha sido importante manejar bien lo que deseamos. San Agustín y Kant creían que deberíamos apuntar nuestros deseos hacia cosas grandes y buenas, es decir, objetivos más elevados, y alinear nuestros anhelos con principios morales o divinos. Nietzsche y Freud, por otro lado, sugirieron que aceptar y usar nuestros deseos podría ayudarnos a alcanzar grandes cosas tanto personalmente como en grupo.
La neurociencia contemporánea ha ofrecido una perspectiva complementaria a todo esto, que sugiere que nuestra biología subyacente nos empuja hacia la búsqueda constante de recompensas, incluido el reconocimiento social y el poder, como mecanismos de supervivencia. Sin embargo, en el contexto de sociedades modernas complejas, este impulso puede desviarse hacia la acumulación desmedida de poder y riqueza, lo que alimenta ciclos de corrupción y desigualdad que perpetúan el sufrimiento y la insatisfacción colectiva.
DESEO Y PODER HOY EN DÍA
En la actualidad, cómo entendemos el deseo y el poder ha cambiado para adaptarse a un mundo más conectado y complejo. Ahora, el deseo no es solo querer cosas para uno mismo; también abarca nuestras aspiraciones colectivas por un mundo más justo, verde y equitativo. El poder ya no se ve solo como control sobre otros, sino como la capacidad de impulsar cambios positivos y unir a la gente en torno a objetivos comunes.
Pensadores modernos como Judith Butler y Slavoj Žižek nos ofrecen nuevas perspectivas sobre estos temas. Butler nos muestra cómo la sociedad influye en nuestros deseos más personales, especialmente en cuestiones de género. Žižek nos habla de cómo el consumismo está entrelazado con nuestros deseos y cómo esto afecta nuestra interacción con el mundo.
Además, en un contexto de preocupación por el medio ambiente, figuras como Naomi Klein nos animan a orientar nuestros deseos hacia la protección del planeta, señalando que el verdadero poder viene de colaborar hacia un futuro sostenible. En la era digital, el poder también ha evolucionado, con las redes sociales y la tecnología, ofreciendo nuevas formas de conectar y movilizar a las personas por causas comunes.
EL LADO OSCURO DEL PODER: LA CORRUPCIÓN
Pero hablemos del lado más oscuro del poder: la corrupción. Alfred Adler, un tipo muy listo que discutía con Freud, decía que esto del “afán de poder” es algo básico en el ser humano. Aunque, claro, no todo es blanco o negro, y reducir todo a querer poder es simplificar demasiado las cosas.
El síndrome de hubris (de la palabra griega que significa desmesura), se refiere a una excesiva confianza y arrogancia que el poder puede inyectar en quienes lo poseen. Descrito por David Owen, este síndrome ilustra cómo el poder puede embriagar a las personas, llevándolas a ignorar límites morales y a creerse superiores. Actuar bajo la influencia de este síndrome no solo daña al individuo, desviándolo de la ética, sino que también puede perjudicar a la comunidad, rompiendo el equilibrio social. Es un ciclo peligroso donde la sed de más poder oscurece la visión y el juicio, nombrado así por la tendencia antigua de desafiar a los dioses, lo que demuestra cómo, incluso hoy, el poder sin control es una caída hacia la propia destrucción.
El poder no solo cambia la conducta, sino que puede llevar a la corrupción. ¿Por qué algunas personas en posiciones de autoridad terminan haciendo cosas malas? La ciencia del cerebro nos dice que el poder puede hacer que sea más difícil sentir empatía o preocuparnos por los efectos de nuestras acciones en los demás. Es como si el poder pusiera un muro entre nosotros y el resto, impidiéndonos ver las consecuencias de nuestros actos.
EDUCACIÓN EMOCIONAL Y RECONDUCCIÓN DEL DESEO
Aquí es donde entra algo llamado “educación emocional”. La idea es simple, pero poderosa: aprender a manejar nuestras emociones y entender las de los demás puede hacernos líderes mejores y más justos. Esto podría cambiar las reglas del juego por completo, reduciendo la corrupción y creando sociedades más justas y equitativas.
La historia está repleta de líderes cuyas vidas ofrecen lecciones invaluables sobre el manejo del poder. Desde figuras transformadoras como Nelson Mandela, cuyo liderazgo estuvo marcado por la reconciliación y el perdón, hasta líderes cuya sed de poder los llevó a la perdición, estos estudios de caso iluminan las complejidades del liderazgo ético y los peligros del autoritarismo.
La reconducción del deseo, un concepto explorado por Frédéric Lenoir, ofrece una vía para repensar nuestra relación con el poder. Inspirándonos en las filosofías de Spinoza y Epicuro, podemos buscar redefinir el ansia de poder no como una acumulación de influencia por sí misma, sino como un medio para promover el bienestar colectivo, la equidad y el desarrollo sostenible. Este enfoque implica una profunda reevaluación de nuestras estructuras sociales y económicas, orientando nuestras ambiciones hacia metas que beneficien a la comunidad y al medio ambiente, en lugar de perseguir el poder por el poder mismo.
UNA RELACIÓN COMPLEJA
La relación entre poder, deseo y conducta es compleja, pero no está fuera de nuestro control. Entendiendo cómo funcionan estos mecanismos, podemos buscar maneras de dirigir nuestro poder y deseos hacia el bien común, construyendo un mundo mejor para todos. Al final del día, se trata de encontrar un balance, cuidar nuestras ambiciones y recordar que, aunque tener poder es algo grande, usarlo sabiamente es aún más importante.